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El valor que tod@s poseemos

Una mejor comprensión de la Biblia y su Dios me ayudan a entender mejor la dignidad e igualdad que todo ser humano posee. La realidad social, la iglesia y muchas veces la familia tampoco reflejan esta verdad. Los niños no son escuchados ante su corta edad y limitaciones, a las personas con discapacidades se les considera menos por su incapacidad de producir algo, las mujeres son “inferiores” a los hombres y se justifica bajo preceptos religiosos.  Los pobres, extranjeros o indígenas son abusados y explotados porque no tienen las mismas oportunidades y se les juzga según el más fuerte. ¡Qué opresora es esta realidad para muchos y muchas!

Con una mirada atenta a mi ciudad caigo en cuenta del pecado que mata al prójimo al no relacionarnos con dignidad y menos, con amor. Los niños son tratados con dureza y poca consideración, los discapacitados son abandonados y vistos como una carga social, las mujeres son un objeto sexual para el placer y sirven a las necesidades del varón. Los pobres, extranjeros e indígenas son marginados, invisibilizados y explotados por los poderosos. Una realidad dolorosa.


¿Qué buena noticia ofrece el Evangelio de Jesús para todos estos oprimidos y explotados? ¿Por qué creo que el Evangelio no es un discurso religioso sino un mensaje que todos y todas deben escuchar? ¿Qué me mueve a entregarlo todo para que otros puedan comprender y palpar la relevancia de un carpintero que vivió hace 2000 años? Algo sucedió cuando Jesús anduvo entre nosotros.  Tal vez su mensaje ha sido opacado por slogans religiosos que ofrecen escapes de la realidad a un cielo inmaterial, prosperidad económica sin considerar el hambre de multitudes o una vida sin problemas que no se identifica con el dolor. Pero lo que Él hizo en la historia humana no tiene paralelo. La experiencia de quienes le conocieron en vida (o después de ella) es evidencia de una realidad transformadora que trastocó los símbolos de una cultura y sus efectos han transformado al mundo.

Por Jesús tenemos acceso y conocemos al Dios que nos creó a todos con dignidad e igual valor y ante Su cruz estamos en terreno nivelado. ¡Suena a locura si lo pienso a ligera! Pero mi experiencia también fue afectada por el encuentro con el carpintero de Nazaret. Ahora creo en un Dios que no solo creó al ser humano, sino que se encarnó para que le conociéramos y se puso a nuestro nivel. Nos mostró su amor al morir por nosotros, sometiéndose a sus propias reglas del juego, para revelar una historia  donde su amor es constante, su justicia es perfecta y su restauración es segura.


¿Cómo vivir ahora? Nadie puede creer que es más por su estatus social, sexo, nacionalidad, poder, edad, inteligencia o experiencia. Ir a la universidad no me hace mejor, ser mujer no me quita valor, el pobre tiene dignidad, tener credenciales de primer mundo no es razón para el orgullo…  Tal vez los mejores reflejos de esta verdad en mi vida serán la esperanza compartida con quienes sufren, el sufrimiento por no ceder a las estructuras, mi arrepentimiento constante ante las veces que falle y  la resistencia ante un sistema que se resiste a la vida


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