Como he compartido anteriormente, una de las cosas a las que
Dios ha llamado mi atención es el tema del tráfico humano. Estando en
Vancouver, una bella ciudad, la tentación es olvidar los problemas que aquejan
el mundo y pueden ignorarse si decidimos cerrar los ojos. Así que, aparte de
estudiar mucho, pensar, orar, correr, disfrutar el tiempo acá y sufrir la
distancia, este tema no desaparece para mí. Confieso que aún me falta mucho por
aprender, pero aún más me falta amar
y por eso quiero compartirles un poco mi caminar en las últimas semanas y meses
en relación a esta injusticia global.
No he sabido bien qué hacer con la
información y la incomodidad recibida. Abdiel y yo hemos platicado de comenzar
a donar regularmente a alguna organización que trabaje directamente en el
rescate y restauración de mujeres y niñ@s que han vivido este horror. Hay
momento en los que oro, me informo más y estando acá corrí una carrera de 5km para apoyar a una organización que trabaja en la restauración de mujeres
víctimas de la esclavitud sexual.
Ahora que pienso cómo involucrarme más, me parece que la cuestión es
realmente peligrosa. No por el hecho de los grandes y poderosos que tienen metidos
sus intereses en esto, sino porque es un riesgo el amar, y en muchas ocasiones
me encuentro protegiéndome de los “peligros del amor”. He estado a punto de no poner
la vida por miedo de lo que se invierte, de ser defraudada, de fallar y no “dar
el ancho”; la ironía es que entre mejor y más íntimamente conozco al Dios
encarnado-cruficado-resucitado, menos quiero escapar de las peligros del amor.
Me tocó el testimonio de Donna Forster que dirige una organización para el apoyo de mujeres, que después de haber sido traficadas, han quedado atrapadas
en las calles de Victoria, Canadá. Hubo dos cosas que esa mujer transmitió al
hablar: 1) profundo amor por el ser humano y en especial por esas mujeres
amadas por Dios y por ella, y 2) una esperanza real en medio de un problema
global y rampante. Pero ninguna de estas 2 cosas están carentes de sentido,
dolor o contenido. Su amor tiene cicatrices de golpes recibidos por padrotes,
cientos de historias de mujeres muertas en las calles, algunas estampas de
redención y una perspectiva amplia e incluyente de la dignidad humana y el amor
de Dios.
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Me animó-y con lo que escribo quiero también animar a otros- a hacer algo
pequeño, pero a ser fieles. Ella comenzó llevando dulces, un perfumito y una
tarjeta con su nombre, su teléfono y un texto bíblico, y se puso a la
disposición de estas mujeres. No pretende cambiar el corazón de la gente, pero
con su vida, sus manos y sus palabras, testifica de Jesús –así nos lo dijo ella-.
Por eso creo que yo también puedo hacer algo… He visto a mi papá hacer algo
para apoyar y mostrar amor a los migrantes, deportados y gente de la calle y
creo que cada vez que logramos ver a otros seres humanos como la imagen de
Dios, comprendemos mejor la vida misma y al Dios de la vida.
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