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Mi experiencia en la Asamblea Mundial de IFES

Vivir la Asamblea Mundial de IFES en México fue una experiencia única, con sus propios desafíos y gozos. Extender hospitalidad al mundo significó diferentes cosas para Compa: desvelos, planeación, traslados, abrir la casa, invertir el tiempo, escuchar con paciencia, olvidar las ofensas, y en todo, abrir el corazón.  Fue un desafío, pero también un privilegio el ser canal de la gracia de Dios en sus colores y sabores latinoamericanos y mexicanos. En esta ocasión no puedo recordar con facilidad una, dos o tres cosas que aprendí, y en parte es porque mi trabajo como maestra de ceremonias (junto con Toto) fue guiar y ayudar a los participantes a considerar el camino recorrido por las mañanas y ayudar a tejerlo dentro del programa de la Asamblea. Mis pensamientos e ideas sobre la Asamblea son también así, más generales aunque no por eso creo que sean vagas o difusas.

Valoro mucho ser parte de una comunidad global, donde existe espacio para reconocer los dones y las diferencias regionales y nacionales, y celebrar la multiforme gracia de Dios. Ser parte de esta comunidad tan diversa implica reconocer las diferencias tan grandes que  nos separan y que exigen diferentes maneras de encarnar el Evangelio de Jesús. Es un ejercicio de humildad el considerar otras perspectivas, otras luchas y las cosas que se ignoran en otras partes del mundo sobre el contexto propio. Dios usó la Asamblea Mundial para afirmarme en el llamado a la obra estudiantil, y muy particularmente como una invitación a la reflexión teológica continua.  En esta Asamblea Mundial pude darme cuenta también que la manera de entender y vivir el Evangelio en América Latina, por parte –y herencia- de los movimientos de la CIEE  busca estar comprometida con la realidad social y con la necesidad de entablar un diálogo honesto con las demandas de nuestros países golpeados por el abuso internacional, la violencia, las pandillas, la corrupción y la represión. Para nosotros en este lado del mundo no es un lujo, sino una necesidad el que haya cristianos que comprendan las Buenas Noticias de Jesús, de su perdón, vida, esperanza y reconciliación y que lo vivan, compartan y expresen en todas las dimensiones de la vida y la sociedad. La reflexión teológica se hace necesaria y acompaña a la acción.

En la Asamblea recordé y agradecí a Dios que en mi vida como líder estudiantil en Compa se me enseñó a amar la Biblia, a estudiarla, a enseñarla y a vivir según sus preceptos. No fue algo teórico, lo vi claramente en personas, lo leí en sus historias y también lo experimenté en espacios de formación como la Asamblea Mundial en Polonia donde fue claro que Amar la Palabra es un fundamento de toda la comunidad global de IFES. Pero esto es solo una cara de la moneda porque al amar las Escrituras y conocer a Jesús en ellas, la respuesta natural es aspirar conocer y amar al mundo al cual Dios ama y por el cual Jesús se sacrificó. Esto también lo aprendí y lo vi en personas de mi contexto latinoamericano, y agradezco que encontré a otros con inquietudes similares que me guiaron a conocer en las Escrituras a un Dios interesado por TODO el mundo y que tiene algo que decir sobre sus diferentes problemas.

La Asamblea Mundial me recordó esta vocación doble de amar Su Palabra porque en ella conocemos a Dios y le amamos, y también de amar al Mundo a quien Dios ama y hacer la misión al estilo de Jesús, encarnado, relevante, sufriente, comunitario, creativo y llevando sus Buenas Noticias a las universidades. Éstas también son afectadas por la violencia, la corrupción, el abuso, la indiferencia, la discriminación y los valores del mundo que no abonan a la vida.  Para nosotros, conectar con la Universidad significa dolernos con ella y hacer misión ahí, cantar sus dolores y sus esperanzas, pensar cristianamente sobre sus problemas, reflexionarlos, escribir y tener una voz profética. También significa amar a nuestros compañeros, acompañarnos en la tristeza y en ocasiones marchar con los pocos que quieren un cambio y sumarnos a un despertar de la consciencia, orando porque Dios traiga su Reino. En México, las buenas noticias no pueden ser puras palabras, ni un mensaje individualista o puramente espiritual, sus implicaciones deben verse, deben reflexionarse y exigen vivirse, para que otros se encuentren a Jesús en medio de la desesperanza, la violencia o la indiferencia.


 Hubo momentos muy especiales en la Asamblea que me aprecio especialmente, por su particular forma en que “vi” a Dios presente en nuestro mundo. Recuerdo a Munther Isaac, un cristiano palestine exponiendo la Palabra, hablando acerca del sufrimiento cristiano y sobre la necesidad de ser fieles antes de buscar la seguridad personal. Sus palabras hacen eco en mi contexto porque nos desafían a no arrodillarnos frente a los dioses del poder y la fuerza, a no escapar del sufrimiento ni asimilarnos al mundo y a estar dispuestos a entregar la vida por amor. Pienso en las conversaciones con los hermanos y hermanas africanas que tienen el desafío de vivir en contextos de violencia religiosa y cómo seguir a Jesús significa animar a la iglesia a no usar violencia, sino amar a sus “enemigos”. Repaso las palabras de Ruth López quien compartió con humildad y autoridad el desafío a usar la profesión y todos los recursos ilimitados de Dios para servir a otros, para servir a nuestras comunidad y el no separarnos de los pobre ni ignorar sus necesidades. Tampoco olvidaré otras conversaciones con una hermana eslovaca en donde encontré tantas similitudes a mi contexto, ni cuando platiqué con amigos latinoamericanos sobre nuestra particular herencia y necesidad de conectar bien la Biblia con el Mundo, de hacer misión con compromiso social, porque al final de cuentas, no la entendemos de otra manera. 

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