La
historia nos muestra muchas lecciones si somos humildes para verlas y
aprenderlas. Hoy, en la clase vimos lo que sucedió en Alemania, antes de la
segunda guerra mundial. La manera en que un régimen político asumió el poder
absoluto y comenzó a determinar cómo debía ser la iglesia, sus dirigentes y de
alguna manera jugó el papel de agente moralizador para la sociedad. La iglesia,
en su mayoría, jugó su juego, aceptó sus declaraciones y estuvo de acuerdo,
pero al asociarse con el proyecto, perdió su capacidad profética, perdió su
capacidad de hablar la verdad en tiempos violentos.
En México,
el riesgo es el mismo, podemos fácilmente legitimar poderes que destruyen la
vida o asociarnos con proyectos políticos que confundan nuestra fidelidad
primaria hacia a Dios. En Estados Unidos, nuestro vecino, el riesgo parece con
mayores consecuencias y más nefastas. El
patriotismo, combinado con cristianismo no van. No podemos ser leales primero a
una nación. La ciudadanía del cristiano está en los cielos, en el Reino de
Dios. ¿Cómo hablamos, cómo cristianos sobre lo que está sucediendo? ¿Cómo
evitamos ser cooptados por la cultura dominante y acomodaticia que nos provee
privilegios y protección a costa de otros? El asunto es complejo, pero hemos de
preguntárnoslo. ¿Qué significa seguir a Jesús en este mundo hoy, lleno de
violencias auto-justificadas, de violaciones humanas y de deportaciones
masivas? ¿Cómo vivimos radicalmente el evangelio aquí?
Mi razón
para entender la historia también, al igual que las de mi profesora, tiene
motivaciones misioneras, es decir, anhelo que nos ayude a entender el contexto
en el que hacemos misión y nos permita cultivar una imaginación hacia un mundo lleno
de los valores del Reino.
*Frase usada por Sarah Williams en la clase Church & State en Regent College. Las ideas de esta entrada son una reflexión iniciales e inacabadas sobre los aprendizajes compartidos en la clase.
Comentarios
Publicar un comentario