Te sembramos en un otoño de nuestras vidas cuando lo más difícil de percibir eran las semillas regadas que en primavera florecerían. En otoño nos íbamos despojando de cargas, sin saber que también nos preparábamos para tu vida.
En ese otoño los miedos y el dolor contrastaron con la luz brillante de las hojas al caer. No sabíamos que nuestro otoño sería tu inicio, pero esas son las paradojas del camino. En medio de la muerte, brota la vida.
En mi otoño no entendí mucho, sólo las pérdidas y los fracasos. Tuve que esperar y abrazar las paradojas. Hubo mucho silencio, espera e incertidumbre.
Invierno
El invierno fue frio. Solo la calidez de los amigos, la persistencia del amor de tu papá y el abrazo de Dios me mantuvieron a flote. La estación se hizo larga, pero estuvo llena de belleza. En medio de lo que no se ve, tú seguiste creciendo y nosotros nos detuvimos a ver la nieve en las montañas y los muchos paisajes que el sabático nos regaló.
El invierno también trajo claridad. En medio del descanso y el frío, llegó el enfoque, el ánimo y las ganas renovadas por la vida. Esa ilusión de vivir se renovó, aun cuando los brotes y frutos se veían lejanos. El invierno frío no acabó con nosotros. Dios nos cobijó en esperanza. Nos enseñó a caminar sobre la nieve y a no escondernos del temporal.
Primavera
Luciana, tu primer nombre es una metáfora de cómo nos llegó la primavera. De pronto nos llenamos de luz, los días se alargaron y los árboles florearon de incontables tonalidades de rosa. Los tulipanes aparecieron sólo para llenar de belleza la vida. Esta ciudad se decoró de colores, anunciando un nuevo tiempo para el corazón. No sé cómo sucedió pero la sorpresa de la renovación me cobijó. El tiempo y la mano de Dios hicieron que algo floreciera, algo frágil que aún necesita mucho del cuidado del Jardinero Fiel.
En medio de toda la fragilidad, sorpresa y belleza tú seguiste creciendo y supimos que serías ella. Te hiciste espacio para habitar mi cuerpo. Tus movimientos llenos de vida nos alegraron los días, a los que te sentimos y a los muchos que te aman desde lejos.
Esperamos el amanecer de tu llegada en un día de verano.
Verano
El verano trajo señales de tu pronta llegada. Esperamos con ansía, emoción y un poco/mucho temor tu hermoso amanecer, mi niña amada. Estábamos a semanas o días de tu alumbramiento y la espera se hizo dulce, se llenó de sueños e ilusiones.
Yo he cambiado, fui cambiando. Las estaciones nos han dado la vuelta y el gozo, la esperanza y el anhelo por el futuro del Reino son más intensos que nunca. Tú, Luciana, tienes todo que ver con eso.
El milagro de tu vida y llevarte dentro de mí fue un regalo. Un regalo que me hizo consciente de los muchos otros regalos de este tiempo: los árboles, el sol, las montañas aún nevadas en verano, el mar, el lago donde nadamos, la música de nuestras tierras, las comida de tu papá y los amigos.
Llegaste con previo anuncio pero antes de lo anticipado. Hiciste tu entrada el día que tus tatas celebraban 49 años de compromiso mutuo, como fruto de su amor y del amor de Dios sembrado en nosotros, tus padres y tus abuelos. Llegaste con el amanecer, Erandi, como un hermoso amanecer en una mañana de verano, para alumbrar nuestras vidas y llenarlas de belleza y caos.
Las estaciones
La promesa de Dios a mi llegada a Vancouver fue que El renovaría mi vida, pero lo haría a su manera y en su tiempo. Yo no sabía que su restauración tendría, en parte, la concepción, crecimiento y la llegada de tu vida, Luciana Erandi. Tampoco sabía que las estaciones enmarcarían este proceso lento, que no termina, pero que dejó bellos frutos... Sigo expectante, de más vueltas al sol y de caminar contigo, con tu papá y con la comunidad que el Señor nos ha rodeado.
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