Volé de Chihuahua hace dos días, y sigo agradeciendo mucho a Dios por su obra en el estado grande. Me alegra mucho que aún sin vivir allá, tengo la oportunidad de visitarles 2 veces por año y siempre termino maravillada del obrar de Dios entre los estudiantes.
Pienso mucho en Juárez, donde la violencia ha hecho mella en las vidas de todos y todas, y es en esos contextos que puedo ver personas comprometidas con la equidad de género, la lucha por los derechos de los desposeídos, y una sensibilidad especial hacía el sufrimiento humano. Se siente la tensión de la pérdida con la esperanza, y muchos viven una fe sincera. Como en todo lugar, hay cosas que requieren ser reconciliadas y restauradas, pero veo los destellos de estudiantes, profesionistas y familias que caminan con ese deseo y compromiso con el Reino.
El tiempo en Juárez también me llevó a pensar en lo fundamental del compromiso social y político que los cristianos debemos asumir como parte de nuestro seguimiento de Jesús, y mi corazón se dolió al ver claramente como el deseo de poder y el modelo caciquista están tan arraigados en nuestras Iglesias evangélicas. Aún hay mucho sobre lo cual orar, trabajar y transformar, pero con una confianza clara que Dios se está moviendo... Creo que el trabajo con estudiantes, animándoles a ver/descubrir/seguir/amar al Dios de las Escrituras es clave para la transformación de los sistemas de pensamiento egoístas, los modelos relacionales de imposición y las instituciones injustas que no glorifican a Dios.
En la capital mis impresiones fueron un poco distintas: una ciudad afectada también por el narco y la violencia, pero con dinero e infraestructura. Y en medio de todo, nos llevamos la linda sorpresa de estudiantes organizándose para proclamar el evengelio en sus universidades: corazones dispuestos y animados. Personas sirviendo con su profesión y el recuerdo de historias donde la soberanía de Dios en las historias familiares transforma el rumbo de muchos, para el beneficio de comunidades enteras. Me alegró ver a unos pocos que salen de su comodidad, desafíados por el evangelio a ir a donde otros no quieren, porque hay pobreza, marginación e indiferencia.
En Chihuahua consideré y agradecí mucho el que la obra no depende de una o dos pesonas, ni de nuestra presencia en ese lugar, como ministerio estudiantil organizado. Dios levanta estudiantes que le aman, en respuesta a las oraciones de su gente y el clamor de quienes le buscan. Agradecí el trabajo en equipo, la generosidad de quienes nos hospedaron y el privilegio de colaborar con lo que Él ya está haciendo: orando, enseñando, capacitando y poniendo la vida.
Gracias por acompañarme.
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