Las clases que tomé la semana pasada sobre Gálatas y
Romanos se centraron mucho en el tema de la “justificación”, la ley de Dios, la
gracia y la vida en el Espíritu. Esto es porque estas 2 cartas escritas por el
apóstol Pablo tocan estos temas, en respuestas a los conflictos de las primeras
comunidades cristianas. He escuchado decir que el corazón de la teología
paulina se centra en la justificación de Dios por medio de Jesús, y leyendo
estas cartas, es fácil estar de acuerdo. No obstante, hay otro tema que mi
profesor ha remarcado y que encuentro con mayor insistencia e importancia con
Pablo: la vida en el Espíritu. De
hecho, todas las cartas, casi al final, proveen un elemento ético que no está
centrado en reglas, sino en una vida
gobernada por la Vida misma de Dios en la vida del creyente.
Creo que antes no hubiera podido explicar tan bien la
relación con el cómo vivir y la vigencia o no-vigencia de las leyes dadas por
Dios en el Antiguo Testamento. Pero ahora tiene más sentido, ante la gracia de
Dios en Jesús, reconocemos que somos justificados (cosa que la ley no podía
hacer), es decir estamos en correcta relación con Dios, ya no somos sus
enemigos, sino sus amigos. El concepto de sólo pensar que Dios nos perdona se
queda corto, por medio de Jesús entramos
en relación con Dios, y todo cambia. Pablo y otros judíos podrían obedecer
toda la ley, pero su relación con Dios nunca dependió de eso, sino de un Dios
que constantemente se dispuso a amar, perdonar y hasta pagar por el precio de
una plena reconciliación. La ley
ya no tiene validez y ha sido superada por Jesús.
Muchos de ésos conceptos podrán parecer muy técnicos o
teológicos…Creo que para entenderlos y explicarlos deben experimentarse
primero. Podemos explicar la justificación por la fe, e invitar a la gente al
sacramento que firma este tipo de creencias, sin embargo, la vida en el
Espíritu no tiene ley que se le oponga y la seguridad de su promesa es Dios
mismo habitando en el seguidor/a de Jesús. Resulta también, que según Pablo, creer en Jesús no sólo transforma la vida
sino también revierte estructuras, porque cambia la manera en que entendemos
todas las relaciones humanas. Al extremo de llamar un esclavo fugitivo y
enviarlo de regreso a su amo, con la esperanza de que será recibido como un
miembro más de la familia. Esto como resultado de la vida de Dios en una
comunidad.
Ahora me parece muy interesante que los cristianos
queramos imponer o agregar reglas y formatos a la salvación de las personas. O consideremos
que la vida cristiana consiste en prácticas externas y tradiciones humanas. Que
pensemos que si alguien no está yendo a la iglesia o no ha participado de
ciertos sacramentos no puede ser cristiana. La evidencia de nuestra fe está en
el Espíritu de Jesús que habita en nosotros. En una vida que refleja el
carácter de Jesús: manso, humilde, amoroso, inclusivo y paciente con todos, en
especial los marginados. ¿Por qué pensamos que ser poderoso, exitoso o
autosuficiente es señal del poder de Dios? ¿Dónde dejamos al Mesías crucificado
que deja claro el costo de seguirle? ¿Será que su mismo Espíritu que habita en
el creyente nos llevará a negar con nuestros actos los valores mismos de su Reino?
*creo en la "justificación por la fe" que tenemos por medio de Jesus, pero también creo que el corazón de la teologia paulina no se reduce a ésto y la constante invitación es a vivir en el Espíritu, es decir, a vivir como Jesús. Esto es sólo posible porque la "justificación" permite una vida diferente, la vida de Dios en el ser humano.
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