Josephine Butler
Estudiar
historia en la universidad me hizo muy escéptica a las historias nacionales y
me enseñó a sospechar de lo que se dice, a leer en contexto y entender mejor
los diálogos emprendidos en el pasado entre libros, acontecimiento y autores.
Aprendí sobre la desilusión histórica ante las guerras del siglo pasado y en mi
propia participación política y la experiencia de corrupción nacional, mi
optimismo y esperanza menguaron. Es
complejo porque desde pequeña me cautivaron los dramas con finales inspiradores
y alimentaron mis sueños y la esperanza, sin embargo la historia humana pocas
veces narra historias de redención y belleza.
Ahora estoy segura que existen muchas en el tejido de la Gran Historia,
sí existen y en estos últimos días me he topado con una que alimenta mi
esperanza como cristiana, como mujer, como activista, esposa, mística,
predicadora y profetisa.
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Josephine
Butler es una mujer extraordinaria. La tesis de mi trabajo final para la
materia de historia cultural del siglo XIX en Inglaterra es que la identidad
política y social de esta mujer es mejor comprendida cuando observamos su
compromiso evangélico y sus ideas sobre Dios. ¡Es fascinante y es ejemplar que
su identidad esté tan marcada por sus convicciones que su manera de vivir en
sociedad y actuar políticamente sea inseparable de su fe y compromiso cristiano!
Esta pequeña publicación no me da para contar su historia completa, pero al
menos puedo decir lo que me inspira.
Es una
mujer nacida en un contexto machista, justificado religiosamente de esa manera
y en una sociedad de doble-moral donde
las mujeres más vulnerables no tenían acceso a protección ante la explotación,
ambición y uso sexual de los hombres. Su causa y su persona no son muy
recordadas, al menos no tanto como la enfermera Florence Nightingale, porque
Josephine tuvo como causa principal la defensa de los derechos de las
prostitutas. Su feminismo fue resultado su
fe y de ver en Cristo al libertador de los oprimidos, de los pobres y de las
mujeres. También apoyó el derecho de la mujer a la educación y al voto, por lo
que ahora casi todos la reconocen como una feminista en todo el sentido de la
palabra, pero para algunas marxistas su fe resulta completamente desaprobatoria
y les cuesta trabajo entenderla a ella, a su esposo y su vida de perseverancia.
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Ella me ha
hecho pensar muchas cosas, me ha invitado a regresar a la Palabra y la oración.
Esas fueron sus fuentes de vida y de crítica social; Dios fue su compañero
constante y en él encontró al Padre y la Madre que la sociedad y la política
necesitaban. Defendió la particularidad de ser ella, porque en Dios mismo habitan esas características. Al leerla
me desafía a ser mujer y actuar como tal en el liderazgo, la pastoral y en el
uso de mi voz; me estimula a encontrarme en el Dios que no es de sexo masculino
y que no los favorece a ellos. Su
perspectiva social con la mirada puesta en el Reino me anima a seguir leyendo
mi ciudad, mi país y el mundo. Pareciera que los sueños para compartir vida,
dignidad y trabajo a los deportados crecen dentro de mí y decrece mi resistencia
en pensar que esos esfuerzos por articular palabras de denuncia a mis hermanos
y hermanas en el Imperio serán infructuosos. Me inspira a seguir integrando el asombro y
buscando la belleza en nuestra cotidianidad y en la fe vivida con mi esposo,
los estudiantes y mis amigas que muchos y muchas deciden ignorar…
Faltan
seres humanos que no se conformen en un cristianismo que ignora o se refugia
del mundo y que cree en un dios pequeñito sin nada qué decir de la crisis
económica, política, social o ecológica, o de un dios tribal que carece de
palabras para denunciar a los imperios de la tierra. Esta mujer dijo con razón que “Dios y una
mujer hacemos mayoría” y usó sus recursos en la lucha por la dignidad de las
mujeres. Sus palabras me hacen eco cuando llaman a la responsabilidad moral y
social en defensa de todos y en especial de los más vulnerables, y cuando pone
el ejemplo y lleva a la misma casa que habitaron sus hijos y su esposo a
decenas de mujeres en situación de calle para ser amadas y tratadas en igual
dignidad. No ignoro que vivo en una sociedad corporativista donde la ciudadanía
es casi inexistente y donde todos esperan que “alguien haga algo”, por eso creo
que la conciencia personal se despierta y la responsabilidad social se debe
asumir como consecuencia fundamental de ser discípulx de Jesús. Además, el
llamado profético/de denuncia y esperanza debe incitarnos a considerar los
caminos de Jesús y el de los profetas de Dios, a recorrer los caminos de polvo
y sufrimiento de quienes colaboran con Su misión reconociendo que en sus sendas
se vive y construye la reconciliación de todas las cosas con Él, se celebra Su
Reino y la Vida.
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