Hace 2 semanas regresé a Tijuana, después un tiempo de estudios que finalizó con un retiro de 3 días con los profetas. Leí las historias relatadas en el Antiguo Testamento de personajes como Elías, Jeremías, Oseas, Isaías y Ezequiel. Desde mi vuelta a casa me he sumergido en el estudio de la vida de Josephine Butler, una profetiza inglesa del siglo XIX y con todo esto me siento muy desafiada, afirmada y animada por Dios. Les cuento…
Mi silencio en estos espacios ha sido toda una lucha
por querer escribir y no poder hacerlo; reconozco el llamado a reflexionar y ponerlo por escrito, pero no logro articular el dolor, la impotencia, la rabia y la tristeza que me provoca el país y el mundo que habito. Yo misma busco encontrarme y situarme, comprender mi lugar y el momento en el que me encuentro para expresarme mejor. Mi esposo escribe poesía, y cuando leo sus lamentos y elegías me identifico, pero yo escribo ensayos y escribo con menos arte, y entonces me cuesta expresar las emociones. Probablemente por eso lloro y siento con tanta profundidad, y así es que me he encontrado una rica veta en la tradición profética y en las historias de vida de profetas contemporáneos, por no decir radicales, inconformes y activistas impopulares.
En el silencio y la lectura de hace dos semanas bebí las Escrituras con los relatos de pueblos entregados a los dioses del dinero, el placer, la sensualidad y el poder y de algunos hombres que creían firmemente en el Dios vivo que juzga la injusticia, la idolatría y todo lo que hacemos como producto de creer que el hombre (o la mujer) es señor de su propia vida. Los profetas eran gente débil en sus fuerzas, algunos con posibles trastornos psicológicos (si los clasificamos bajo nuestros parámetros), pero eran humanos, muy humanos. Sus vidas daban evidencia, en ocasiones bajo circunstancias
profundamente personales y dolorosas de la miseria del egoísmo, la lujuria y la codicia, y ellos debían luchar contra sus propios demonios como el miedo a las personas, su falta de valentía, depresión, la tristeza, pobreza e impopularidad.
Dios llamaba a esta gente, su convicción más profunda estaba en la realidad de un Dios creador, justo y misericordioso, que sabe mejor que nosotros las reglas del juego y como a la vida sin consideración de Él, le falta vida. Los profetas no eran adivinos, eran lectores de su tiempo y de las Escrituras, hablaban con relevancia, creatividad y firmeza, mucho escribían sus oráculos dirigidos no solo a Israel, el pueblo de Dios, sino a todos los pueblos de la tierra. Algunos escribieron también sus diálogos con Dios, sus quejas y sus preguntas; eran personas a quienes Dios mismo los alentaba a seguir, no los dejaba claudicar, los sostuvo y les mostró su gran fidelidad, bondad y misericordia como la Palabra final en medio de toda la desesperanza, los horrores y la muerte.
Encuentro sosiego en esta parte de las Escrituras, aunque no está libre de mis propias dudas y contradicciones. Veo el país, mi ciudad, leo las noticias, escucho a los hombres deportados por el dios de la seguridad nacional y a las mujeres obligadas a vender el cuerpo por el dios del dinero y el del sexo; me es imposible ignorar y pensar que Dios no tiene algo que decir o que los seguidores de Jesús no tienen algo/mucho que hacer. Me hacen eco las palabras de los profetas que denuncian la injusticia, que nombran el pecado social y estructural, que no temen a los poderosos y que creen en un Dios más grande que todo eso. Leo lo que escriban mujeres como Josephine Butler inspiradas en un Dios que dignifica y libera a todo ser humano y recuerdo a hombres como Sábato quien en su último libro hace una invitación a la esperanza posterior al vaticinio de la miseria y la muerte si antes no nos arrepentimos.
Supongo que seguiré escribiendo en estas líneas, espero seguir escribiendo como resultado de lo que entiendo del Dios justo, del mundo en el que vivo, de quien soy como mujer, del trabajo que hago entre los estudiantes y del amor y la profunda compasión que encuentro en Jesús para todos y todas.
Mi silencio en estos espacios ha sido toda una lucha
por querer escribir y no poder hacerlo; reconozco el llamado a reflexionar y ponerlo por escrito, pero no logro articular el dolor, la impotencia, la rabia y la tristeza que me provoca el país y el mundo que habito. Yo misma busco encontrarme y situarme, comprender mi lugar y el momento en el que me encuentro para expresarme mejor. Mi esposo escribe poesía, y cuando leo sus lamentos y elegías me identifico, pero yo escribo ensayos y escribo con menos arte, y entonces me cuesta expresar las emociones. Probablemente por eso lloro y siento con tanta profundidad, y así es que me he encontrado una rica veta en la tradición profética y en las historias de vida de profetas contemporáneos, por no decir radicales, inconformes y activistas impopulares.
Dios llamaba a esta gente, su convicción más profunda estaba en la realidad de un Dios creador, justo y misericordioso, que sabe mejor que nosotros las reglas del juego y como a la vida sin consideración de Él, le falta vida. Los profetas no eran adivinos, eran lectores de su tiempo y de las Escrituras, hablaban con relevancia, creatividad y firmeza, mucho escribían sus oráculos dirigidos no solo a Israel, el pueblo de Dios, sino a todos los pueblos de la tierra. Algunos escribieron también sus diálogos con Dios, sus quejas y sus preguntas; eran personas a quienes Dios mismo los alentaba a seguir, no los dejaba claudicar, los sostuvo y les mostró su gran fidelidad, bondad y misericordia como la Palabra final en medio de toda la desesperanza, los horrores y la muerte.
Encuentro sosiego en esta parte de las Escrituras, aunque no está libre de mis propias dudas y contradicciones. Veo el país, mi ciudad, leo las noticias, escucho a los hombres deportados por el dios de la seguridad nacional y a las mujeres obligadas a vender el cuerpo por el dios del dinero y el del sexo; me es imposible ignorar y pensar que Dios no tiene algo que decir o que los seguidores de Jesús no tienen algo/mucho que hacer. Me hacen eco las palabras de los profetas que denuncian la injusticia, que nombran el pecado social y estructural, que no temen a los poderosos y que creen en un Dios más grande que todo eso. Leo lo que escriban mujeres como Josephine Butler inspiradas en un Dios que dignifica y libera a todo ser humano y recuerdo a hombres como Sábato quien en su último libro hace una invitación a la esperanza posterior al vaticinio de la miseria y la muerte si antes no nos arrepentimos.
Supongo que seguiré escribiendo en estas líneas, espero seguir escribiendo como resultado de lo que entiendo del Dios justo, del mundo en el que vivo, de quien soy como mujer, del trabajo que hago entre los estudiantes y del amor y la profunda compasión que encuentro en Jesús para todos y todas.
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