Las meditaciones de las últimas mañanas han sido con ayuda del evangelio escrito por Lucas. En los últimos 2 años habia centrado más mi atención en la historia que contaban Juan y Marcos, pero desde hace un par de semanas comencé a imaginarme lo que Lucas nos cuenta. Su historia sobre el nacimiento y los primeros años de Jesús es más detallada, y desde ahí encontramos muchos destellos sobre lo que será su ministerio y la manera en que comienza.
Mis ojos y mis demás sentidos se han estimulado al caminar a lado de estos que vieron, oyeron, anunciaron y esperaban la llegada de Jesús y con aquellos que vieron el comienzo de su ministerio y lo que hizo mientras caminó por aquellas tierras, hoy llenas de sufrimiento y dolor por causa de la guerra y el desacuerdo. Lo que trato de imaginar es cómo ese pueblo vivía, lo que esperaba y cómo recibieron a Jesús y su mensaje. La forma en que Dios decide que Jesús venga al mundo es de lo más común y poco extraordinario. Sin embargo, los acontecimientos alrededor de ello están llenos de una mística difícil de describir. Luego, cuando veo a Jesús, siento que lo conozco y lo desconozco al mismo tiempo, porque nunca deja de sorprenderme, porque conforme pasa mi tiempo veo cosas que antes no veía. Por ejemplo, hace pocos días me detenía en ese pasaje del endemoniado gadareno, después veía la otra escena donde Jesús sana a una mujer y le llama HIJA mientras que va en camino a sanar a otra mujer, que también es hija.
Mi pregunta articulada hacia Dios de pronto y naturalmente era: ¿Cómo le hacías? Porque había muchos enfermos, necesitados y tú no eras indiferente. Entonces es cuando veo que tenía un equipo de amigos con quienes compartía la misión: de predicar el reino de Dios y sanar enfermos. Y pienso: "hoy en día sigue habiendo tanto enfermo de dolencias físicas, emocionales y espirituales, que mientras uno asume este llamado de anunciar el evangelio, habremos de llevar la sanidad que le acompaña.
Otra cosas que surgía en mis meditaciones de mañana (y que está apuntado en mi libretita) es esa parte donde Jesús comisiona a los 12. Porque en medio de lo que dice hay algunas cosas que nos pueden confrontar. Por ejemplo: no reconocer que la obra es de Dios y nosotros somos colaboradores, o pensar que lo que hacemos es algo común, olvidando la dimensión cósmica de reconcialiación de todas las cosas con Dios, o incluso pensar que la obra puede hacerse con nuestros recursos y sin depender de Dios plenamente. Es fácil, en ocasiones, olvidar que la autoridad y el llamado provienen de Dios, pero también es fácil olvidar que la misión de Jesús en el mundo se avocó a la enseñanza de un nuevo Reino que no es de este mundo, que promueve otros valores y que lo acompañó de compasión, de amor y una proclama por justicia y misericordia. ¡Es tan fácil irnos a los extremos! Pero siempre, la forma para mantenernos será en no quitar los ojos del Maestro, en dejarnos sorprender por sus palabras, sus hechos, sus reclamos y hasta sus lágrimas...
Creo que esto es algo que agradezco mucho en este tiempo, que Él me sigue sorprendiendo y que sus caminos continuan insondables, pero su amor y presencia están cerca. Dios con ustedes.
Mis ojos y mis demás sentidos se han estimulado al caminar a lado de estos que vieron, oyeron, anunciaron y esperaban la llegada de Jesús y con aquellos que vieron el comienzo de su ministerio y lo que hizo mientras caminó por aquellas tierras, hoy llenas de sufrimiento y dolor por causa de la guerra y el desacuerdo. Lo que trato de imaginar es cómo ese pueblo vivía, lo que esperaba y cómo recibieron a Jesús y su mensaje. La forma en que Dios decide que Jesús venga al mundo es de lo más común y poco extraordinario. Sin embargo, los acontecimientos alrededor de ello están llenos de una mística difícil de describir. Luego, cuando veo a Jesús, siento que lo conozco y lo desconozco al mismo tiempo, porque nunca deja de sorprenderme, porque conforme pasa mi tiempo veo cosas que antes no veía. Por ejemplo, hace pocos días me detenía en ese pasaje del endemoniado gadareno, después veía la otra escena donde Jesús sana a una mujer y le llama HIJA mientras que va en camino a sanar a otra mujer, que también es hija.
Mi pregunta articulada hacia Dios de pronto y naturalmente era: ¿Cómo le hacías? Porque había muchos enfermos, necesitados y tú no eras indiferente. Entonces es cuando veo que tenía un equipo de amigos con quienes compartía la misión: de predicar el reino de Dios y sanar enfermos. Y pienso: "hoy en día sigue habiendo tanto enfermo de dolencias físicas, emocionales y espirituales, que mientras uno asume este llamado de anunciar el evangelio, habremos de llevar la sanidad que le acompaña.
Otra cosas que surgía en mis meditaciones de mañana (y que está apuntado en mi libretita) es esa parte donde Jesús comisiona a los 12. Porque en medio de lo que dice hay algunas cosas que nos pueden confrontar. Por ejemplo: no reconocer que la obra es de Dios y nosotros somos colaboradores, o pensar que lo que hacemos es algo común, olvidando la dimensión cósmica de reconcialiación de todas las cosas con Dios, o incluso pensar que la obra puede hacerse con nuestros recursos y sin depender de Dios plenamente. Es fácil, en ocasiones, olvidar que la autoridad y el llamado provienen de Dios, pero también es fácil olvidar que la misión de Jesús en el mundo se avocó a la enseñanza de un nuevo Reino que no es de este mundo, que promueve otros valores y que lo acompañó de compasión, de amor y una proclama por justicia y misericordia. ¡Es tan fácil irnos a los extremos! Pero siempre, la forma para mantenernos será en no quitar los ojos del Maestro, en dejarnos sorprender por sus palabras, sus hechos, sus reclamos y hasta sus lágrimas...
Creo que esto es algo que agradezco mucho en este tiempo, que Él me sigue sorprendiendo y que sus caminos continuan insondables, pero su amor y presencia están cerca. Dios con ustedes.
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