Hoy, en medio de un estudio bíblico con mujeres, todas en nuestros veintes, llegué a varios "descubrimientos" confrontacionales con la Palabra. Fue bueno, estábamos profundizando en las bienaventuranzas que Jesús declara en Mateo 5, y aunque tengo tiempo estudiando el sermón, no lo había visto así.
De inicio, repasamos lo de la semana pasada, que fue la primera declaración de "Dichosos (bienaventurados, felices, bendecidos) los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos." Es decir, felices los que reconocen su necesidad de Dios, dichosos aquellos que llegan ante Dios porque se dan cuanta de sus carencias y de su pobreza espiritual.
Después dice, "Dichosos los que lloran porque ellos serán consolados". Muchos hoy en día lloran en nuestro mundo, las razones sobran, pero aquí Jesús habla de un llanto unido a la idea de su primera frase. Un llanto que proviene del corazón, por razón del pecado propio y el de otros. Por lo que hemos ocasionado al darle la espalda a Dios, por el dolor provocado y la tristeza ante nuestra separación de él. Pero ese llanto recibe consuelo, porque recibe el perdón, la reconciliación con Dios y por lo tanto, paz. Es como si dijera, "felices los infelices", dice Stott. Al final, Dios enjugará toda lágrima...
Continúa, "Dichosos los humildes (pacientes, mansos) porque ellos recibirán la tierra por herencia." Este no se entiende bien, sin leer Salmos 37. Ahí encontramos la comparación entre alguien que está con Dios (el justo justificado) y alguien que es enémigo de Dios, que no le busca ni le reconoce. El justo, aunque padezca por causa de su justicia, tiene una esperanza final, Dios pagará. Su esperanza está en Dios y no en las circunstancias. Pienso: en un mundo donde el despojo es pan diario y los ricos y poderosos acumulan a costa de otros; son los mansos y humildes que esperan en Dios, los que recibirán la herencia que en verdad permanece. ¡Eso es esperanza!
Y terminamos con "Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados." Aquí sentimos más pedradas. Entre historias y confesiones, nos dimos cuenta de nuestra injusticia y falta de compromiso. El que tiene hambre y sed no sólo se indigna un par de horas y hace su vida "normal", él o ella luchan, sacrifican y hasta padecen. En nuestro mundo, lleno de corrupción, inmoralidad y egoísmo, buscar la justicia tiene un costo, pero no es opcional. Los discípulos de Jesús son llamados a buscarla y se les promete saciedad.
A estos declara felices Jesús. ¿Somos en verdad felices? ¿O nuestra felicidad la define el mundo?
Continuará...
De inicio, repasamos lo de la semana pasada, que fue la primera declaración de "Dichosos (bienaventurados, felices, bendecidos) los pobres en espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos." Es decir, felices los que reconocen su necesidad de Dios, dichosos aquellos que llegan ante Dios porque se dan cuanta de sus carencias y de su pobreza espiritual.
Después dice, "Dichosos los que lloran porque ellos serán consolados". Muchos hoy en día lloran en nuestro mundo, las razones sobran, pero aquí Jesús habla de un llanto unido a la idea de su primera frase. Un llanto que proviene del corazón, por razón del pecado propio y el de otros. Por lo que hemos ocasionado al darle la espalda a Dios, por el dolor provocado y la tristeza ante nuestra separación de él. Pero ese llanto recibe consuelo, porque recibe el perdón, la reconciliación con Dios y por lo tanto, paz. Es como si dijera, "felices los infelices", dice Stott. Al final, Dios enjugará toda lágrima...
Continúa, "Dichosos los humildes (pacientes, mansos) porque ellos recibirán la tierra por herencia." Este no se entiende bien, sin leer Salmos 37. Ahí encontramos la comparación entre alguien que está con Dios (el justo justificado) y alguien que es enémigo de Dios, que no le busca ni le reconoce. El justo, aunque padezca por causa de su justicia, tiene una esperanza final, Dios pagará. Su esperanza está en Dios y no en las circunstancias. Pienso: en un mundo donde el despojo es pan diario y los ricos y poderosos acumulan a costa de otros; son los mansos y humildes que esperan en Dios, los que recibirán la herencia que en verdad permanece. ¡Eso es esperanza!
Y terminamos con "Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados." Aquí sentimos más pedradas. Entre historias y confesiones, nos dimos cuenta de nuestra injusticia y falta de compromiso. El que tiene hambre y sed no sólo se indigna un par de horas y hace su vida "normal", él o ella luchan, sacrifican y hasta padecen. En nuestro mundo, lleno de corrupción, inmoralidad y egoísmo, buscar la justicia tiene un costo, pero no es opcional. Los discípulos de Jesús son llamados a buscarla y se les promete saciedad.
A estos declara felices Jesús. ¿Somos en verdad felices? ¿O nuestra felicidad la define el mundo?
Continuará...
Wooow... muy profundo amiga, gracias.
ResponderEliminarLa pregunta final es muy fuerte para los cristianos también.