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Las cosas están muy mal….

(EXPLOSIONES DE ESPERANZA) 

Y con esto no digo nada nuevo, no pretendo hacerlo. Al estudiar la historia de los siglos pasados me recuerdo a mí misma que las cosas nunca han estado muy bien y que no estamos avanzando hacia un mejor futuro. Tampoco soy pesimista pero me ubico en una realidad social profundamente rota –hasta la médula- que no alcanza siquiera sus ideales (presentes o negados), que cuando aspira a algo “bueno” eventualmente lo radicaliza, lo impone o lo echa a perder. Aun así, creo en la posibilidad de transformaciones humanas que requieren cultivarse con amor, paciencia, sabiduría y constancia. ¿Cómo lo integro sin perder la esperanza? Aquí entra de nuevo mi fe, esa que está presente al articular las preguntas, al buscar las respuestas y al mirar las realidades en las que me encuentro envuelta.

En estos días estoy saboreando la historia. Estudiar el periodo victoriano en Inglaterra y sumergirme en un contexto tan distinto al propio tiene muchas ventajas, desafíos e invitaciones. He tratado de dejar a un lado mis categorías para explicar el mundo, la injusticia, la familia, el poder y la resistencia; me he comprometido a entender un poquito a las mujeres que habitaron Inglaterra en el siglo XIX y como ellas, con sus posibilidades y limitaciones abrieron caminos de vida, dignidad, crítica, resistencia y transformación. Su fe me desafía y me inquieta también porque son muy diferentes. Algunas parecieran en exceso conservadoras y otras demasiado radicales, pero todas parten desde concepciones básicas de la fe que les marcan un rumbo político aún sin ellas querer salir de la esfera privada. Nombres como Octavia Hill, Florence Nightingale, Hannah More, Josephine Butler y otras no tan conocidas son mujeres fascinantes que me dejan intrigada y renuevan mi esperanza.


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Los temas presentes en mi corazón los últimos meses (y años) giran en torno a la posibilidad de cambio, la transformación personal y social, la crítica inteligente, la resistencia activa y pasiva y el lugar del individuo y de las comunidades. Todo esto, conectándolo con mi fe (nuestra fe) y tratando de articularlo desde una comunidad que vive la esperanza y requiere también de explicarla, articularla y defenderla. Por eso me fascinan los profetas hebreos, las mujeres del siglo XIX y los religiosos inconformes de diferentes generaciones que desafían al estatus quo con los valores mismos del Maestro y motivados por su confianza en el Evangelio del Reino de Dios. Las mujeres y los hombres del siglo XIX en Inglaterra re-descubrieron a Jesús y desde ahí articularon un discurso de libertad y transformación: No eran una mayoría y vivían en una “cultura cristiana” a la que ellos y ellas mismos criticaron, y aun así, con todas sus restricciones y como hijos e hijas de su tiempo, imaginaron un futuro diferente.


Yo me siento desafiada a vivir así, y por me siento llamada a
estudiar, y me siento motivada a amar, y a perseguir las inquietudes propias y las de otros. Quiero resistirme a creer que esto que vemos lo es todo. Por eso creo, aunque me juzguen conservadora, que necesitamos de los hombres y de las mujeres construyendo juntos y reconciliándose con quienes son; necesitamos desafiar las estructuras invisibles que nos definen por lo que consumimos o que nos dicen que nuestra identidad está ligada a nuestras prácticas sexuales. Ocupamos redescubrir nuestra humanidad, su corporalidad, la intimidad que se experimenta al ser vulnerables y que no se reduce a acto sexual. Necesitamos amigos y amigas, y necesitamos amar y ser amados. Requerimos recordar que lo noble en nosotros sigue siendo la capacidad del auto sacrificio y que eso no es resultado de una relación de poder que nos oprime solamente y necesitamos experimentarlo voluntariamente. Requerimos, aunque suene en extremo radical a estar dispuestos a desmantelar nuestra vida, a desaprender y construir de nuevo. Yo creo que esto es posible, porque creo que en las posibilidades del cambio y creo que la misión cristiana lo hace posible; por eso sigo a Jesús, por eso invito a quienes conozco a que lo haga, a que lo intente y que en el proceso esté dispuesto a ser reconfigurado para vivir más fielmente en la manera en que fue diseñado. Yo estoy en proceso…


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