La realidad aplasta y muchas veces es tan cruel y trágica que nos deja sin nada. Más o menos así me decía un amigo ayer por la noche. Y la verdad que mi corazón siente así, que la realidad sí aplasta, que la necesidad muchas veces es más que la que uno puede soportar.
Recién colgué el teléfono, hablaba con una amiga, una amiga que vive en una de las muchas comunidades pobres y marginadas de esta ciudad, y sus palabras fueron de aliento. Con un hijo en la cárcel y poca comida en su refri, sin mucha comprensión de cómo estudiar la Biblia y sin nociones de teología sistemática, ella trata de vivir su fe, de entregar lo poco que conoce de ella a lo poco que conoce de Dios, y esperar que el Soberano se encargue del resto. Su amistad refresca mi alma y la llena de nostalgia, ante la cantidad de sueños saqueados de esa gente a la que se le roba todo, y también de lo que siento que se me ha despojado a mí y a mis compañeros de generación. Pero los que nos han despojado y robado no son extraños, son de la misma raza, de las misma condición que nosotros, se llaman igual que nosotros, somos nosotros. No me gusta el mundo que me han heredado ni lo que hemos hecho con él, pero en medio de esta carta triste no puedo olvidarte. Lucho porque quisiera olvidarte, quisiera dejar de considerarte. Quisiera dejar de pensar en lo que dices, en lo que has hecho, en lo que piensas de mí, porque duele mi realidad. Quiero ver con tus ojos, sentir con tu corazón, creer sin ver, soñar que lo que el mundo juzga imposible se vuelve real. Para eso he sido diseñada, por eso creo que me duele tanto el mundo, la realidad y mi propia realidad. Pero tú puedes transformarla, ya lo has hecho antes, ¿por qué no lo haces hoy? Sí, creo que he comprendido que la realidad cambia a partir de un corazón transformado, y tú tienes permiso de hacer eso en mi vida. Pero no me hagas sentir el dolor tan fuerte, no dejes que me sienta sola cuando se hace más densa la oscuridad. Soy tu profeta, tu luminaria, y te necesito. Escúchame. No cierres tus oídos a mi voz.
Nos hemos despojado a nosotros mismo de una explicación “religiosa”, cristiana de la vida y el mundo, en aras de lo científico, de lo medible, de lo explicable, pero nos hemos quedado sin nada, sin sentido, sin valor, sin absolutos. Y no creo por conveniencia, pero necesito creer y me resisto a creer en la benevolencia del ser humano, me resisto a creer en la idea del progreso porque la historia ya nos ha mostrado el retroceso, me resisto también a creer que las explicaciones del funcionamiento de un fenómeno social puedan explicar su sentido, su valor y mucho menos la totalidad de sus implicaciones. Decido creer, hoy, en pleno siglo XXI en medio de un mundo que se debate en sus propios sentimientos, pensamientos, deseos y horrores. Decido creer en el que entregó su vida, en el que devuelve el sentido al hombre, en el que redefine lo humano y nos dice quien es Dios, decido creerte, en medio de mis cuestionamientos…y sólo termino diciendo que te amo, que puedo hacerlo sólo porque te he conocido.
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