Hoy, como pocos días, me costó mucho trabajo sonreír. Me costó mucho trabajo alegrarme verdaderamente. Tengo una relación de amor y odio con estos momentos, porque es muy doloroso no querer encontrar razones para alegrararme y al mismo tiempo porque me hace considerar los vacíos, la profundidad de la vida y el misterio de Dios y sus propósitos.
Esto no quiere decir que vague en la desesperanza, no, simplemente hoy, despues de leer lo que las noticias nos dicen sobre Gaza, de considerar la situación económica de mi país y de pensar algunas de mis frustraciones, me costó trabajo terminar el día contenta. Me daban más ganas de llorar, y no creo que esté mal, o que sea una pérdida, porque mi esperanza también es viva en el consuelo y el dolor. Estos momento me hacen más cercana a lo humano, real y verdadero. No todos lo compartimos con facilidad, pero así cómo escribo de los gozos y sueños, habrá que escribir sobre las noches frias, esas donde el clamor que surge desde dentro se hace más real y dónde también Dios se hace presente, con su gentileza y amor incomparables. No da respuesta a todas las preguntas, ni resuelve los dilemas, tampoco dice estar de acuerdo con las injusticias de los pueblos o la maldad que dice ser muestra del fin de los tiempos, pero sí sabe acompañar, perdonar, calmar y amar.
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Y sin embargo, algunos minutos después, ya con lagrimas en los ojos, ante un sentimiento de incompetencia, de muchas cosas que no se han podido realizar, de otras que esperan y de ver mis limitaciones tan claras y evidentes, sólo pude dejar que las lagrimas corrieran. Me siento sobrepasada, y no es la primera vez, lo he experimentado antes, he aprendido en esos momentos que no soy yo, que entonces entra una fuerza y una gracia que van más allá de mi misma y que la misma comunidad también sostiene cuando ama como el Padre ama. Me quedo voluntariamente en las manos del que puede cubrir, llenar, satisfacer y amar sin paralelo...
Esto no quiere decir que vague en la desesperanza, no, simplemente hoy, despues de leer lo que las noticias nos dicen sobre Gaza, de considerar la situación económica de mi país y de pensar algunas de mis frustraciones, me costó trabajo terminar el día contenta. Me daban más ganas de llorar, y no creo que esté mal, o que sea una pérdida, porque mi esperanza también es viva en el consuelo y el dolor. Estos momento me hacen más cercana a lo humano, real y verdadero. No todos lo compartimos con facilidad, pero así cómo escribo de los gozos y sueños, habrá que escribir sobre las noches frias, esas donde el clamor que surge desde dentro se hace más real y dónde también Dios se hace presente, con su gentileza y amor incomparables. No da respuesta a todas las preguntas, ni resuelve los dilemas, tampoco dice estar de acuerdo con las injusticias de los pueblos o la maldad que dice ser muestra del fin de los tiempos, pero sí sabe acompañar, perdonar, calmar y amar.
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Y sin embargo, algunos minutos después, ya con lagrimas en los ojos, ante un sentimiento de incompetencia, de muchas cosas que no se han podido realizar, de otras que esperan y de ver mis limitaciones tan claras y evidentes, sólo pude dejar que las lagrimas corrieran. Me siento sobrepasada, y no es la primera vez, lo he experimentado antes, he aprendido en esos momentos que no soy yo, que entonces entra una fuerza y una gracia que van más allá de mi misma y que la misma comunidad también sostiene cuando ama como el Padre ama. Me quedo voluntariamente en las manos del que puede cubrir, llenar, satisfacer y amar sin paralelo...
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