No sé cómo
olvidé que sin silencio y soledad me voy perdiendo poco a poco. En estos dos
meses en Vancouver he tomado algunos tiempos de retiro y cada vez estoy más
convenida que la práctica espiritual que más requiero es la del silencio.
Me ahogo
entre mis distracciones, las muchas voces propias y los gritos de un mundo
ensordecido me dejan aturdida. Soy más sensible de lo que quisiera reconocer,
pero Dios así me hizo y sin el silencio que me permita escucharle, me pierdo.
El silencio se cultiva. Dios nunca nos
abandona; ha estado conmigo siempre. Pero en ocasiones no le escucho. Creo que
Dios me ha estado llamando al silencio y la soledad con él, sabiendo mejor que
yo cuanto le necesito…pero me ocupé de otras cosas y lo olvidé.
Es en el silencio, sabiendo que estoy segura en
Él que comprendo más de quien es Dios. Las imágenes maternas de Dios son una
invitación al descanso, la confianza y el amor. Su susurro de amor y aceptación
incondicional son sanadoras.
Las sombras de rechazos pasados aún me
persiguen, pero Dios no abandona. Me invita a echar raíces en su amor, para
crecer y fructificar amando a otros como Él ama. He de morir primero, para dar
nueva vida. Las estaciones y este otoño canadiense me lo recuerdan.
No quiero olvidar cuánto necesito callar para
escuchar Su voz, no quiero olvidar cuando le necesito.
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