Quisiera ver cómo te
pintas de otros colores y probar tus nuevos sabores.
Extraño tu playa fría
y hasta ese muro que se nos impone.
Quisiera ver de nuevo
a aquellxs que cada semana se reúnen para darse “la paz” con los meñiques;
a lxs que con sus
actos sencillos desafían al Imperio.
Quiero recorrer tus
calles y ver los rostros cansados,
esos que se alegran
ante un saludo o la risa de un niño desconocido.
Extraño las sonrisas
que intercambiaba con extraños en las calles,
Y la sensación de
estar en casa entre tus más de 2 millones de habitantes
Quisiera que mi
corazón se rompiera con las historias de los miles llegados a ti,
y comenzar a tejer la
vida con esos que tal vez se queden.
Sé que me frustraría
con las iglesias frías a las que no les importa si matan a tus migrantes,
ni quieren saber los
nombres de quienes acaban de llegar y probablemente no se queden.
Lloraría contigo por
las juntas de liderazgo, los Sínodos y las Conferencias que resisten escucharte
con acentos guatemaltecos, hondureños, salvadoreños, haitianos o del sur de
México.
Pero me alegraría de saber
que algunxs por su fe y humanidad atienden a tus recién llegados y querría
estar cerca de ellos.
Quiero caminarte con
una esperanza renovada, soñar cerca de tu playa, llorar en comunidad por tu
dolor y verte pintada de colores brillantes, con brazos abiertos para recibir a
los miles que faltan.
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