Por momentos pareciera que el presentar el evangelio en la Universidad sólo puede ser para aquellos muy buenos con las palabras y los argumentos y que el mayor reto está en que en medio de un contexto altamente razonable y “científico”, la fe resulta como algo menor y despreciado. Este puede ser el desafío más grande, consideran algunos. Pero otros, pueden decir que realmente lo complicado es vivir entre los compañeros y mantenernos en nuestras convicciones éticas y no hacer cosas que puedan considerarse malas para la cultura evangélica. En estos casos, puede que mis ejemplos exageren ambas posiciones y las hagan ver como intereses diferenciados, sin embargo, ambos desafíos son reales, pero no están bien planteados. Primero que nada, creo en la importancia de presentar el evangelio de manera coherente, que responda a preguntas reales y surja de un contexto de amistad y conocimiento de las vidas de los otros. Y segundo, creo también en una encarnación de ese mismo evangelio entre los universitarios, donde lo único que se debe defender es su Verdad y no la cultura con la que muchas veces se le presenta y confunde y que carece de Vida, justicia y libertad. Por lo tanto, la dimensión intelectual no puede estar divorciada de la ética, pero ambas deben surgir de un compromiso verdadero con Jesús y su misión en el mundo.
Si decidimos seguir a Jesús no podríamos alienarnos de la realidad estudiantil ni social, pero el reto siempre será resistir a conformarnos al sistema del mundo, donde la injusticia, la represión, el mal uso del poder, la exclusión, la indiferencia ante el dolor, el odio, los celos, la venganza, la codicia, ambición y la inmoralidad son tan comunes. Y no sólo son comunes en lo externo, son manifestaciones del mismo corazón humano. Por eso, aun cuando demos respuestas inteligentes y coherentes, la fe en Jesús, es decir, creer en él y su obra nos obliga a ver la Cruz. Esa que nos recuerda que no somos buenos, que somos capaces de lo peor y que necesitamos perdón, y para eso habrá que ser humildes y reconocer nuestra condición. Pero también nos grita el amor y la disposición divina de acercarse nuevamente, de entregarlo todo, reconciliarlo todo, restaurarlo todo… allí ha vida plena, desde ayer, para hoy y para la eternidad.
...y yo he aprendido a vivivir y compartir en esas dos realidades que menciomas, en la realidad misma de la amistad día a día y en el reto de encarnarla. Es más complejo y por lo tanto más real. En hora buena el que verdaderamente nos llamó y puso en el mismo sitio...
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