Esta semana estudiamos el segundo tomo escrito por Lucas, el
libro que trata sobre la historia de los primeros cristianos durante el siglo I.
Fue lindo estudiarlo con una comunidad latinoamericana de colegas llamados a la
obra universitaria, abrir la Biblia con sencillez, orar y pedir que el Señor
hablé hoy como lo ha hecho en toda la historia. Él ha hablado a mi vida y
corazón y les quiero compartir. Gracias a Carlucci Dos Santos que nos guío y
acompañó en este tiempo. Mis reflexiones pueden ser eco de las reflexiones de
otros y el resultado de socializar las ideas con este lindo grupo.
Comenzamos reconociendo que la misión de Dios es su
iniciativa y solo es posible por la presencia de su Espíritu Santo que mora en
los y las que seguimos a Jesús. Somos testigos de Jesucristo, a partir de las
enseñanzas apostólicas que nos enseña la Biblia y perseveramos en ellas. Nos
constituimos en una comunidad que no está contenida en paredes, sino que en
todo el mundo pide y trabaja para el advenimiento del Reino de Dios. Somos
también una comunidad dependiente del Espíritu Santo quien actúa e interviene en
la historia, para traer luz y verdad al mundo, para que veamos y reconozcamos a
Jesús como Salvador y Rey justo.
La presencia de Dios mismo a través de su Espíritu Santo, y
comunicándose por medio de la Palabra desafía completamente los valores que nos
definen en este mundo. Fuimos retados con la realidad de una Iglesia que debe
aprender humildemente de la vida de Jesús, de extender gracia y buenas noticias
a todos y que no tiene el derecho de limitar a nadie la posibilidad de ser
parte de la comunidad de Dios, pues es un privilegio dado a aquellos que le
creen, siguen y obedecen. Es triste reconocer que seguimos erigiendo barreras, limitando
y menospreciando a mujeres, niños,
adolescentes, los pobres y las minorías étnicas en nuestras comunidades.
Seguimos juzgando a partir de nuestras conceptualizaciones occidentales,
nuestras tradiciones religiosas y esquemas culturales. ¡Qué peligro es estorbar
la participación plena de estas personas, creadas a imagen de Dios y en quienes
mora el Espíritu de Dios! ¡Qué triste que los mensajes que oímos desde los púlpitos son fabricaciones con puro contenido ético y moral, careciendo de la centralidad de Jesús
mismo, el que vivió entre nosotros, murió, resucitó, reina y regresará!
Fui confrontada directamente con mis propios prejuicios y
críticas carentes de amor. Muchas veces estoy ciega ante el mover de Dios en
los contextos “inusuales”, no le puedo percibir en las congregaciones donde se
abusa del poder o del emocionalismo, juzgo con rigidez a los hombres machistas
y sigo creyendo que mi perspectiva limitada es la mejor regla para juzgar al
mundo. ¡Ocupé arrepentirme y necesito hacerlo constantemente! ¡Qué fácil es
reconocer los errores de los otros y no ver la propia viga de mi ojo! Hoy, de
la misma manera como lo necesitaron los discípulos del siglo I para reconocer
que Dios no hace favoritismos, necesitamos que Dios abra nuestros ojos para ver
a otros con amor. Y por ese mismo amor ser una voz profética que abra caminos
de reconciliación, invite al arrepentimiento y ayude a sanar las heridas abiertas
de nuestro mundo y continente. Oro y anhelo ser parte de una generación que
anuncie con valentía el Reino de Dios, que predique las buenas noticias de
Jesús y que viva íntegramente, que deje de lado los prejuicios y que ayude a la
Iglesia a reconocer que ante la Cruz, todos somos iguales y a todos se nos ha
dado dones para servirnos unos a otros en sometimiento mutuo.
Dios también me recordó mi llamado a la Universidad, del
cual no puedo huir y pido que el Señor me mantenga fiel. He pasado por momentos
de profunda emoción, otros de temor, y algunos de evasión ante la realidad de “ese”
campo misionero olvidado de la universidad y la academia. Al mismo tiempo reconozco
que esto no gira alrededor mío, ni empieza, ni termina conmigo, todo tiene que ver con Él y su obra. La universidad
y la academia están plagadas de ídolos, dioses y de un sistema contrario a la
Vida; la Universidad se ha apartado de Dios y de su vocación de servir y
responde más al egoísmo humano, la arrogancia, el orgullo y el materialismo.
Está desviada. Allí hombres y mujeres
son llamados a ser lumbreras y arder
para que otros vean la Luz. Pero como bien dijo Carlucci, en un mundo de dioses
falsos no vamos a vencer estas potestades con fusiles ni cañones, tenemos el
Evangelio de Jesucristo que puede dar vida, esperanza y consuela a aquel que
con humildad y expectativa lo reciba. Serviremos desde el amor, la compasión,
la sensibilidad, la verdad sostenida con humildad y la palabra profética que
confronta. Así sea.
Nouwen usa el concepto de "wounded healer". Es solo al reconocer, aceptar y compartir nuestras propias heridas, flaquezas, fragilidades que podemos bendecir a los demás que también están heridos. No te desanimes cuando veas cosas "feas" en ti sino da gracias a Dios que las puedes ver, que Él te sana y que te da una puerta para bendecir a otros.
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