Llegamos a Vancouver hace poco más de un mes.
No ha sido fácil porque los cambios nunca lo son, hay un proceso de adaptación
que aún estamos viviendo y poco a poco nos vamos dando cuenta de dónde estamos…
Todo acá es extraño, somos extranjeros y una
minoría en una ciudad multicultural. Desde que recuerdo he vivido entre dos
culturas muy diferentes y en una ciudad limítrofe con una identidad única,
Tijuana. Desde pequeña he entendido y vivido en carne propia el asunto de las
nacionalidades, la diferente etnicidad, el cambio inconsciente de lengua para
darme a entender y la desigualdad tan marcada entre México y Estados Unidos.
Esa ha sido mi casa, nuestra casa. Acá en Canadá, lo que nos daba identidad no
está presente, ni el trabajo que hacíamos, ni la ciudad a la que pertenecemos,
ni la gente que amamos. Al presentarme con otros puedo decir mi nombre, mi área
de estudio de la maestría y el trabajo que hacía en México, pero eso no
significa mucho, y tampoco es lo que me define, porque faltan las historias, las personas, los lugares y la sobremesa donde
pasamos horas conversando.
Disfruto
Canadá y el ir aprendiendo de cómo se vive en un ambiente tan diverso
culturalmente. Honestamente, de pronto me siento perdida, pero creo que es
necesario. Es en medio de la confusión, las preguntas y la vulnerabilidad que
uno se abre a Dios y a otros. Mi
historia con Dios, o más bien, la historia de Dios en mi vida es la que me ha
traído hasta aquí. No hay otra razón, ha sido su gracia. Hay algo bonito y
raro de los sueños de la adolescencia, cuando estos se vuelven una realidad.
Desde que conocí a Cristo quería estudiar teología, porque quería conocer mejor
a Dios, quería adorarle también con mi mente y que todo lo que soy estuviera impregnado
en su verdad. Todo lo que sabía de mi lo entregué para servir a Dios y por eso
seguí en la obra estudiantil al terminar la Universidad. Mi vida fue diferente
desde el momento en que empecé a caminar con Dios y al estar en la Universidad
soñé con la oportunidad de estudiar en Regent, de seguir conectando la fe con
los asuntos del mundo, conocer mejor las Escrituras y vivir una espiritualidad
profunda en lo cotidiano. Ahora estamos
acá, con Abdiel, mi esposo y mejor amigo, quien es el mejor compañero de vida y
un regalo de Dios, haciendo todo eso y dándome cuenta que algunos sueños en el
caminar con Dios son muchas veces las oportunidades para la fe, donde Dios
mismo acompaña, moldea, refina y sostiene.
Dios en este tiempo nos regala la oportunidad
de ser solo suyos, de encontrarnos en él, de una pausa que también puede ser un
nuevo comienzo. Llegué
cansada, pero conforme el descanso y el estrés se han ido levantando, las
preguntas, las inquietudes y más preguntas empiezan a resurgir. Son de esas
preguntas que ayudan a caminar la vida, que tienen la gracia de dirigirnos e
incomodarnos y cuestionarnos cosas esenciales. ¿Quién soy? ¿Cuáles son en
verdad mis dones? ¿Qué disfruto? ¿Qué necesito? ¿Por qué teología en Norteamérica?
¿Qué significa el llamado a ser puente? ¿A dónde vamos con todo esto? ¿qué
estas formando en nosotros como pareja? ¿qué cosas necesitamos platicar y en
cuales necesitamos aventurarnos juntos?...y cientos más…
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