Ya casi
cumplimos dos semanas en Vancouver. Llegar, como escribió Abdiel, fue una
odisea. Entre una cartera robada y una visita a urgencias, sumado a las
despedidas y la empacada, el proceso fue mucho más “emocionante” de lo que
imaginamos. Pero en medio de todo, la gracia de Dios y su favor fue mayor. No
tuvimos que mudarnos ni dejar el depa en
Tijuana porque nuestro tío se quedó allí, no fue necesario buscar vivienda en
Vancouver porque el departamento de nuestros amigos se desocupó justo a tiempo,
las cosas robadas se reemplazaron (a excepción de las licencias de manejo) y
salí de urgencias con el menor de los males.
La cruz en Rivendell |
Dios me
habló de sanidad en muchos sentidos, y sin poder entenderlo o explicarlo bien,
tiene mucho sentido. Tengo hambre de Dios, pero he cedido ante muchas
distracciones. El tiempo acá tiene pocos focos: amar a Dios, amar a Abdiel,
amar a nuestras comunidades (la tijuanense y la que se formará acá) y la
escuela. Parecen muchas cosas, pero no hay trabajo, no hay amigos cercanos, hay
lluvia, hermosos paisajes, novedades y muchas sorpresas que Dios parece
orquestar. Estoy expectante…
La
nostalgia comienza a asomarse. Hacen falta los abrazos y las conversaciones con
nuestra gente conocida, las visitas en casa y la compañía cotidiana de la
familia. Pero estaremos bien, me lo repito, y creo que así será. Quiero
escribir, mucho. Tomé una clase menos de la que podría haberme obligado a
llevar, porque necesito reflexionar y escribir: pulir lo que ya tengo en papel
y publicarlo (sobre Salmos) y escribir sobre la vida, Dios, el mundo y las
intersecciones entre los temas anteriores. Dejé de escribir y la invitación
parece abierta y se me repite con fuerza. Me emociona…
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